lunes, 24 de noviembre de 2014

SUMARIO DE ORACIÓN FRAY PELAYO DE SAN BENITO INTRODUCCIÓN El siglo XVI español es el siglo de las reformas y observancias, de las vías de oración metódica, del recogimiento y del cristianismo evangélico. En la primera mitad de este siglo se multiplicaron las casas de recolección, los beaterios y eremitorios, donde se cultivaban la oración mental metódica, la austeridad de vida, la penitencia, la pobreza, el amor al propio estado, la experiencia mística y la soledad1. En las Órdenes antiguas se sintió la necesidad de volver a la primigenia forma de vivir el propio carisma, de acuerdo con el más puro ideal evangélico. Lo propio ocurrió en la Congregación de San Benito de Valladolid, que gracias a su escuela de oración y a sus dos primeros maestros espirituales, Fr. Juan de san Juan de Luz2 y Fr. García Cisneros3, al V. Fr. Pedro Alonso de Burgos, el más ilustre de los ermitaños escritores de Montserrat y de la Congregación de Valladolid4. Y en el siglo XVII otros, que como el que aquí presentamos, Fr. Pelayo de San Benito, escribieron obras de temática espiritual, referidas singularmente a la oración mental contemplativa5. 1. EL AUTOR. Fray Pelayo de San Benito nació en Jadraque (Guadalajara) alrededor de 1575, pero no conocemos el nombre de sus padres, ni tampoco su nombre de pila ni apellido, pues el nombre de Pelayo de San Benito fue sin duda el que le dieron al tomar el hábito en el monasterio benedictino burgalés de San Pedro de Arlanza, perteneciente a la Congregación Benedictina Observante de San Benito de Valladolid hacia 1595. Sabemos que estuvo estudiando artes en el monasterio de San Pedro de Eslonza, donde el 1601 fue comisionado por el prior Fr. Martín de Corral para ir a San Andriàn de Boñar y traer de allí reliquias de San Adrián y Santa Natalia6. Luego residió en Arlanza. En el capítulo general de 1610 fue nombrado predicador de Arlanza (1610-13), después pasó a los benedictinos recoletos del monasterio de San Millán de Suso (1613-14), donde le conoció el abad General Fr. Alonso Barrantes, que siempre le favoreció, como dice él mismo en la dedicatoria del Sumario de oración y de allí le sacó para la fundación del monasterio de benedictinos recoletos que se quería fundar en Sevilla, pero no realizándose esta fundación, lo dejó en San Martín de Madrid, donde sin duda se esperaba para ir a Sevilla Y de donde primero fue sacristán (1614-16) y luego abad desde el 15 de agosto de 1616 hasta el capítulo general de 16177. Después fue abad de Arlanza (1617-21) y luego con el favor del exabad general Fr. Alonso de Barrantes, obtuvo licencia para vivir (1621-25?) en una ermita cercana al monasterio, seguramente la de San Pedro de Arriba, en la que según disposición de la visita de 1626 y ss. ningún monje podía vivir en ella sin permiso del abad general, excepto los que habían sido abades del monasterio de Arlanza, donde escribió su Sumario de oración. Vemos también como el abad general en las visitas de Arlanza de 1622 y 1623 y 1632 nombra a fray Pelayo celador de sus mandatos para advertirlo al abad, si no se guardan. Pero fue de nuevo elegido abad de Arlanza (1625-29)8. Después fue definidor general de la Congregación (1633ss) en cuyo cargo cuatrienal murió estando en Valvanera alrededor de 16359, con fama de santidad, de manera que la Congregación le dio el título de Venerable10. Además de maestro de oración, fue excelente calígrafo y músico, pues escribió libros de coro tanto en San Martín de Madrid como en Arlanza, y quizás en otros monasterios, como San Millán de la Cogolla y Valvanera11. 2. DESCRIPCIÓN DE LA OBRA. El título de la obra es: SUMARIO / DE ORACION, EN/ QUE, PARA MAÑANA Y TARD-/de, se ponen en practica dos exercicios della:/ sacado todo de la divina Escriptura, y/ de los que los Doctores sagrados, y per-/sonas graves experimentadas/ han enseñado. // Con vn modo fácil de rezar, con provecho,/ el Oficio Divino, mayor y menor, y el Rosa-/rio y Corona de nuestra Señora.// Por el P. Predicador Fr. Pelayo de san Benito, Abad / del Monasterio de san Pedro de Arlanza.// Dirigido al Reverendissimo Padre M. Fray/ Alonso Barrantes.// Año (sigue el escudo del monasterio de San Pedro de Arlanza, a saber un castillo sobre dos llaves cruzadas, flanqueado por los grabados de los santos apóstoles Pedro y Pablo) 1626. // CON PRIVILEGIO.// En Burgos, Por Pedro Gomez de Valdiuielso./ Su tamaño 15 x 10 cms., impreso en papel de dos tipos, con capitales floreadas. Anota en los márgenes las fuentes que usa. Consta de tres folios de aprobaciones y licencia, más otros tres de tabla de capítulos, más 4 de dedicatoria del autor al antiguo abad general de la Congregación, Fr. Alonso de Barrantes, que entonces era abad de Sopetrán, más 5 folios de prólogo y un grabado de la Sma. Virgen con el Niño Jesús, más 389 folios numerados de texto, más 8 folios de Tabla de los lugares de la Sagrada Escritura que se ponen en este Sumario de oración, y que pueden servir para discursos predicables, por orden de los libros sagrados desde el Génesis hasta el Apocalipsis, y 13 folios de Tabla de las cosas notables contenidas en este libro, por orden alfabético. Nosotros conocemos ejemplares en las bibliotecas de la Casa de Cultura de Burgos, en la Biblioteca Nacional, de Madrid y Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid, digitalizado en 2009, y en la del monasterio de Silos, que perteneció al abad Fr. Manuel Anglés, del cual nos servimos. Tras la portada, los preliminares contienen: Aprobación de P. Manuel Anglés, abad de Silos, que dice que el libro “muestra la mucha asistencia y continuación que ha tenido y tienen a la oración” su autor. Luego viene la licencia del abad general de la Congregación, Fr. Facundo de Torres, a la que siguen: la Aprobación del Consejo Real, tras el examen del franciscano descalzo del convento madrileño de san Gil, que dice que la obra “No sólo no contiene cosa contra nuestra santa fe y doctrina de los sagrados Doctores y Padres de la Iglesia, pero de ellos y de los más graves maestros espirituales que han escrito en nuestros tiempos, ha recogido hermosas y suaves flores de espíritu oración y contemplación, con mucha claridad y distinción, de manera que no sólo muestra su gran devoción y levantado espíritu, pero alienta a todos los que tratan de oración a que no se contenten con los primeros principios de solos discursos y meditaciones con que muchos se detienen tantos años en el zaguán de los sentidos e imaginación, sin pasar adelante, por ventura con mucho menos aprovechamiento del que tuvieran en poco tiempo, si se soltaran y echaran el pecho al agua de la espiritual introversión, total desnudez y verdadera contemplación, que con tanta brevedad mejora y aventaja las almas en perfección. Dejando el autor con este breve sumario sin escusa a los que dicen que no saben lo que es contemplación, y avergonzados a los que sabiéndolo no la quisieren ejercitar, pues todos tienen aquí claro espejo y magisterio para no privarse de tanto bien. Y así juzgo por de gran provecho mandar que se imprima”. Sigue la Suma del privilegio, la Suma de la tasa, la fe de erratas y la carta dedicatoria de la obra al abad general Fr. Alonso Barrantes, a quien dice le dedica la obra para agradecerle que siempre le haya favorecido, especialmente para morar en una de las ermitas cercanas al monasterio de Arlanza, “merced, que no menos reconozco deber a Vuestra Rma., pues de las otras se originó ésta, que no es la que menos, sino más se debe estimar, por lo que convida a mayor perfección y trato más estrecho con Dios, donde la misma soledad y trato de ella me brindaron a que procurase sacar a luz algo de lo que suele Dios comunicar en semejantes soledades, de manera que pudiese servir algo a nuestros hermanos, en especial los nuevamente venidos del siglo. Para este fin, después de aprovecharme a mí mismo, compuse allí este trabajito, que ofrezco y dedico a Vuestra Rma. Como quien debo todo lo que tengo y valgo, si algo valgo y tengo, para que debajo de su amparo y favor, habiéndolo censurado y enmendado en los ratos de su recogimiento y retiro, pueda sin lesión correr, seguro de que quien tanta merced me ha hecho siempre, me hará ahora también ésta, recibido este pequeño don y favoreciéndolo con su acostumbrada benignidad”. Y en el prólogo al lector dice que: “Aunque el intento principal, cristiano lector, de este pequeño trabajo, ha sido ayudar a los hermanos nuevamente venidos a mi Religión, en los buenos deseos y fervorosos que traen de la perfección, pero porque podría también llegar a tus manos, he querido hacerte esta salva y pedirte pases de buena gana los ojos por él, que aunque pobre y humilde en estilo, por la humildad y la pobreza de ingenio de su dueño, para el sujeto y materia de que aquí se trata, muchas veces suele Dios hacer cosas grandes por medio y ministerio de instrumentos flacos, humildes y aun desproporcionados”. “Y también vemos muchas personas, que en cosas del mundo parece que no saben cuál es su mano derecha y en materia de letras son unos Aristóteles o santo Tomás, y en materia del trato amoroso con Dios hallaremos eso mismo, porque lo que esconde Dios a los sabios y magnates del mundo, lo suele revelar y comunicar a los ignorantes y despreciados de él”. Y que hay quien, “con tantos y tan largos discursos, no sabiendo qué se escoger para aquel rato y hora de su oración, lo dejan y se están si tenerla. Otros también hay tan rudos, que si bien desean ocuparse en este santo ejercicio, mientras no se lo dan todo guiado y dispuesto, nunca acaban de poner en ejecución su deseo. Por allanar pues estos inconvenientes he querido, amado lector, tomar este trabajo y poner en este volumen… una práctica y ejercicio…en la cual se hallarán todas las partes, que se suelen señalar para la oración, que son como disposiciones para la contemplación. Hay primeramente lección del libro de toda la Doctrina Cristiana... Aquí hallarás entrada para la oración y el cómo debes entrar. Hay examen de conciencia…Ni tampoco faltan aquí virtudes que pueda pedir, antes hallarás todo cuanto has menester para ti y para otros, y el modo como eso lo debas pedir. Aquí hallarás memoria de la muerte, juicio, infierno y purgatorio, que te muevan a temor; memoria de beneficios, como son creación, gratificación, vocación, justificación, dotación, conservación y glorificación, que te muevan a agradecimiento; memoria de la vida, muerte y pasión de Cristo nuestro redentor, que puedas meditar e imitar y juntamente las puedas ofrecer al Padre Eterno por tus pecados y los de todo el mundo; memoria de la bienaventurada Virgen María, nuestra Señora, y de todos los santos que están en el cielo y justos que aun viven en la tierra, a quienes te puedas encomendar y asimismo hallarás memoria de vivos y difuntos, por quienes debes también, como es razón, rogar. Todas estas memorias hallarás puestas en este ejercicio y práctica y todas te servirán como disposiciones para entrar en la contemplación…Así que en esta práctica y ejercicio de oración, que pongo duplicado para mañana y tarde, se hallará todo lo que un alma ha de hacer de su parte en aquel tiempo que tiene dedicado para estarse en oración sin que tenga necesidad de ocuparse demasiado en buscar y leer muchos libros, para sacar de ellos lo que allí deba pensar, que a las veces esta muchedumbre de cosas, antes suelen ser de daño que de provecho, más para curiosidad del entendimiento, que para fervor de la voluntad. Para mayor claridad de dicha práctica y dicho ejercicio se ponen los capítulos antecedentes y consecuentes que son como un sumario de todo lo que pasa en la oración, y de la vida que debe hacer de penitencia, quien quiere llegar a alcanzar la que es de más perfección”. Y acaba diciendo: “También va añadido un tratadito del modo cómo se rezará con provecho el Oficio Divino mayor y menor, y asimismo el Rosario y Corona de Nuestra Señora: Si uno y otro fuera tal, que merezca alabanza, te pido se la des a sólo Dios, pues es todo suyo lo bueno; y lo que no fuere tal, lo enmiendes para ti o disimules, mirando mi voluntad, que ha sido de acertar a dar gusto para que con él, así los hermanos de mi Religión, como todos los que se quisieren aprovechar de este trabajo, se ocupen por alguno o algunos ratos en amar y servir a Dios”. El libro está dividido en dos partes. En la primera parte, que consta de 32 capítulos, trata de la ayuda de Dios para toda cosa buena (Capítulo I), de la necesidad (Capítulo II), impedimentos (Capítulo III-IV) y formas de oración (Capítulo V), así como de la meditación (Caps. VI-VII) y de la contemplación (Capítulo VIII). Encarece cuanto puede y persuade de que es fácil llegar a la contemplación –que es la finalidad de esta obra- (Capítulo IX) y cuánto importa su ejercicio (Capítulo X-XI). Habla de las disposiciones para la contemplación (Capítulo XII-XIV), como la práctica del examen de conciencia dos veces al día (Capítulo XV-XX), las oraciones jaculatorias y cómo aplicar la oración por los vivos y por los difuntos (Capítulo XXI). Dice que en la oración conviene hacer siempre memoria de algún misterio de la vida y pasión de Cristo, considerándolo como Dios y como hombre (Capítulo XXII-XXIII), adecuar la propia voluntad a la de Dios (Capítulo XXIIII) y la importancia del recogimiento (Capítulo XXV), del silencio interior (Capítulo XXVI), del vacío de las potencias sensibles e intelectuales, y de la sujeción del entendimiento a todo lo que la fe le propone (Capítulo XXVII). Luego advierte cuán pocas razones y discursos son menester para alcanzar la contemplación (Capítulo XXVIII), cómo se ha de haber el alma con los regalos que se le ofrecen en la oración (Capítulo XXIX) y cómo por causa de ellos no se ha de impedir este ejercicio (Capítulo XXX), de cómo los maestros de acá no hacen ni pueden hacer lo que hace Dios (Capítulo XXXI) y de la diferencia que hay entre el entendimiento y la voluntad en el acto de la contemplación (Capítulo XXXII). En la segunda parte, que consta de 36 capítulos, comienza a tratar de la contemplación infusa y pasiva (Capítulo I-II) y de la suspensión de las potencias (Capítulo III), aconsejando a todos el alto ejercicio de la contemplación (Capítulo IV). Dilucida el lugar más acomodado para la contemplación (Capítulo V) y las veces, hora y duración de esta oración (CapítuloVI), así como de la compostura exterior del cuerpo (Capítulo VII). Luego propone algunos puntos de meditación, a saber: los novísimos (Capítulo VIII) y los misterios de nuestra redención como disposición para la contemplación (Capítulo IX) y da algunas advertencias acerca de dichos misterios, encareciendo el bien que hace la consideración de la pasión de Cristo, con palabras de san Ambrosio, Ludovico Blosio, san Alberto Magno, san Anselmo, fray Bartolomé de los Mártires y fray Luis de Granada (Capítulo X). Seguidamente propone un ejercicio de oración por la mañana (Capítulo XI) y otro para la tarde (Capítulo XII), vuelve a recomendar el ejercicio de la oración y pone un resumen de todo el ejercicio (Caps. XIII-XIV). A continuación comienza a tratar ampliamente de la unión del alma con Dios (Capítulo XV), diciendo cómo para llegar a la unión con Dios hay que purificar el entendimiento (Capítulo XVI) y vaciarle de imágenes (Capítulo XVII), así como vaciar la memoria (Caps. XVIII-XIX) y la voluntad (Caps. XX-XXI), habla de la desnudez del alma (Capítulo XXII) y de la abstracción de sus tres potencias: entendimiento, memoria y voluntad (Capítulo XXIII). Luego comienza a tratar de la teología mística, es decir de la unión del alma con Dios (Capítulo XXIIII), que es juntamente acto de entendimiento y voluntad (Capítulo XXV). Señala los enemigos que destruyen la perfección e impiden llegar a la mística (Capítulo XXVI) y aporta algunos documentos muy provechosos para la vida espiritual y para la perfección mística (Capítulo XXVII), explicando el grado de gracia que es menester para la mística (Capítulo XXVIII) y el gran amor con que trata Dios al alma, que es suya (Capítulo XXIX). Asimismo trata de las arideces y consuelos del alma que posee a Dios (Capítulo XXX) y de lo mucho que se padece antes de llegar a este estado místico (Caps. XXXI-XXXII). Finalmente, dedica los cuatro últimos capítulos, a proponer sendas fórmulas de oración para rezar con fruto el Oficio Divino mayor (Capítulo XXXIII), el Oficio Parvo o de la Virgen (Capítulo XXXIV), el Rosario (Capítulo XXXV) y la Corona de nuestra Señora (Capítulo XXXVI) -que nosotros hemos omitido porque estas clases de oración no tienen el mismo formato que entonces-, a los cuales siguen en latín los índices de citas bíblicas y de citas temáticas. 3. CONTENIDO DE LA OBRA. En el capítulo XIII de la primera parte, siguiendo a Dionisio el Cartujano, define la contemplación como “un conocimiento afectuoso pronto y sencillo de Dios”. Habla de la necesidad de la meditación y de la contemplación, de los obstáculos y de lo que las favorece. Siguiendo la doctrina de santo Tomás de Aquino, propone un método de contemplación activa, que consiste en “recoger todas las potencias y estar en presencia de Dios con el ojo de la fe. Fijando la atención en alguno de sus misterios o de sus atributos o de manera general. Esta oración es “un acto de fe, adonde el entendimiento queda en reposo, ignorando todo lo demás, manteniendo la memoria y la voluntad, aunque sin actos particulares, atentas a la verdad de la fe que contempla el entendimiento”. La contemplación puede ser de tres clases: Contemplación natural de Dios, en cuanto autor de todo lo creado, contemplación sobrenatural de Dios, en cuanto autor de la gracia, de los misterios sobrenaturales, obras y perfecciones divinas, y “contemplación del mismo Dios con una noticia confusa y general, como de cosa que excede todo lo que es sensible, imaginable e inteligible y sobre todo ser. Que es decir, que hay una vista pura, perspicaz y quieta”. Hay cuatro especies de luz que alumbran el entendimiento humano para conocer a Dios, a saber: La luz natural (común a todos), la sobrenatural de la fe (propia de los bautizados en gracia de Dios y que tienen en don la sabiduría), la luz de la gloria celestial, y la que “es un resplandor o ilustración que comunica Dios al alma por algún breve tiempo para conocer algún misterio sobrenatural” (Capítulo VIII). En los capítulos IX, X y XI prueba “que en nuestra mano está la contemplación sobrenatural adquirida”. En el capítulo IX dice, con la autoridad del Pseudo-Dionisio, san Gregorio Magno, san Agustín de Hipona, santo Tomás de Aquino, san León Magno, Cayetano y san Buenaventura, que primero hay que purificar las potencias del alma –memoria, entendimiento y voluntad- por la fe. Con las debidas disposiciones y la voluntad rendida a la de Dios, no se necesita ya otra cosa que “estarse mirando a este Dios con el ojo de la fe”. “Así que el estar cierto y sin otro cuidado, mirando la verdad divina, ora en un misterio o atributo, ora en general…eso es la contemplación”. Aquí ya no hay que hacer otra cosa, sino quedarse en la oscuridad de la fe, por la cual el entendimiento está unido a la voluntad divina “de la que se te comunicará el espíritu y el amor que encienda tu voluntad. Como pasa al que está mirando de hito en hito al sol, que aunque le deslumbra, con todo eso goza del calor y vida que el sol le comunica. Así se enciende la voluntad”. Y dice que la contemplación consiste en “un acto de fe, en que esté callado el entendimiento, ignorando todo lo demás, llevándose tras sí –como lo suele hacer allí el entendimiento- a la memoria y voluntad, suspensos también en sus particulares actos, por atender a la verdad de la fe, que mira el entendimiento”. Y anima a todo el mundo “que aunque le parezca que esto es muy dificultoso, con todo eso, hágase a ellos, como se pudiere, persevere el alma en el ejercicio y verá cómo con él se vence la dificultad. Y cómo el mismo Dios, con la ayuda que da, lo hace todo suave y dulce. Y dentro de pocos días verá el grande provecho que saca de esta ignorancia y suspensión, como lo han experimentado los que de veras se han ejercitado en ello”. En el capítulo X explica que el recogimiento interior es: “Cuando el alma se entra dentro de sí a meditar, a contemplar y amar las cosas divinas”. Explica que hay silencio interior “cuando el alma de su voluntad calla y cesa de la oración vocal, del discurso del entendimiento e indeliberación de la voluntad, de las operaciones de los sentidos exteriores y de la imaginación y apetito, y puesta así en la presencia de Dios, no osa hablar, ni rebullirse, ni hacer estruendo alguno por la gran reverencia que tiene a su Creador. Así como los pajes y criados cuando están delante del Rey, que no hablan palabra, por el respeto que le tienen o a causa de admiración de la grandeza y majestad divina”. La “atención del alma, es cuando estando en este silencio, atiende y pone los oídos y los ojos en lo que Dios le habla, hace señas y la da a entender”. Dice que “hay suspensión pasiva y arrobamiento, que es perder el alma la operación de los sentidos, los discursos del entendimiento, memoria y voluntad, en la violencia y fuerza que le causa el espíritu que nace del alma fuerte, y entonces no está en su mano, aunque quisiera divertirse, ni volver en sí, aunque estuvo en su mano (algunas veces) disponerse para recibir esta merced”. Pero a renglón seguido advierte, que el recogimiento, silencio y atención están, con la gracia de Dios, en nuestra mano el alcanzarlos, pero el arrobamiento no, ni es bueno que lo deseemos ni pidamos. Para la contemplación (Capítulo XI) pide una total desnudez –silencio- de las potencias sensitivas interiores y exteriores, y de las intelectuales –memoria, entendimiento y voluntad-, pues no crea el ignorante que “luego en queriendo, con no más cerrar los ojos y mirar arriba, luego es contemplativo y unido; no, no va de esa manera; menester es trabajar para entrar en el Reino de Dios, que está dentro de nosotros”. Para “la contemplación y unión con Dios, se requiere que el alma esté totalmente desapropiada, desnuda, y vacía de toda aprensión, afición y deleite en las criaturas”. La obra de desnudez “ha de comenzar primeramente por los sentidos exteriores, en los cuales se ha de procurar grande mortificación y negación, vaciándolos a cada uno de sus gustos, según su propia operación, procurando no oír, ni ver, ni gustar, sino aquellas cosas que precisamente son necesarias…y que se haya con esas cosas de manera que viendo no vea, oyendo no oiga, y gustando no se deleite…Porque aunque sea imposible que el que gusta una cosa sabrosa, deje de sentir gusto y sabor, si no es que tenga enfermo el sentido del gusto, y que el que ve y oye deje de formar en la imaginación la imagen y especie de aquello que ve y oye, pero lo que queremos decir es que el alma no repare ni se aficione a estas cosas, sino que procure no hagan asiento en ella. Lo mismo que hemos dicho de lo exterior y temporal, decimos y aconsejamos en lo interior y espiritual, en las consolaciones y gustos espirituales. Lo mismo de las locuciones interiores y visiones imaginarias e intelectuales, luces interiores, olores que parecen sobrenaturales, gusto y sabor, que se suele sentir en la boca”. En el capítulo XII explica un poco más lo que es la contemplación activa, diciendo que el alma para que alcance y goce de las cosas sobrenaturales tiene necesidad de la luz sobrenatural, como es la de la fe “que aunque es oscura, se dice luz, porque fortifica el entendimiento, para que pueda mirar a las cosas sobrenaturales y eternas, mirándolas como cosas ciertas e inefables y de que ninguna duda tiene. De manera que la certeza que de ellas tiene, le sirve de ojos y de luz con que los mira y así está más cierto de ellas que de las que mira por los ojos corporales y visibles”. Pero hay otra luz instantánea, proveniente del don de sabiduría, que “es un rayo de luz, con que ilustrando el entendimiento hace un sentimiento y ponderación de las cosas que cree, que hace uno y muchos efectos en el alma, divinos”. Y pone como ejemplo a dos que oyen a un predicador, que los dos creen lo que predica, pero uno tiene ganas de aprovechar y por ello aparta todo pensamiento de distracción y saca fruto y deseos de ser mejor, etc. Y el otro que no tiene ganas de aprovechar, no alcanza nada, impidiendo así la acción el Espíritu Santo. Concluye diciendo que la luz de la fe, es propia de todo bautizado, pero la luz del don de sabiduría sólo la alcanza el que no opone ningún impedimento a ella. Este desnudo mirar la verdad divina es la mejor preparación para que Dios comunique al alma en la oración una luz que le levante sobre sí “y con que recibe un secreto y muy alto conocimiento y ponderación de las cosas espirituales y divinas encerradas en los misterios de la fe, que es lo que llamamos contemplación sobrenatural infusa o pasiva”, a la que sólo merecen llegar las almas que se disponen como es debido. De esta contemplación sacará el alma deseos de servir mejor a Dios y se librará de tentaciones. Y pone el ejemplo de un aldeano que por haberse hospedado en su casa rey “saca un no sé qué de prudencia y de cortesanía y deseo de lo servir, muy diferente del que antes tenía”. Lo mismo, “de sólo considerar que tiene al rey en su casa, anda tan alborozada el alma, que en otro no piensa, ni de otro se acuerda, sino de cómo respetará a esta Majestad”. Y a continuación fray Pelayo exclama alborozado: ¡Oh, Dios y Señor de mi alma, y cómo sabéis vos agradecer y estimar estos servicios de un humilde aldeano! Y aun llevároslo con vos como enamorado de él, tratándole como a los especiales amigos, regalándole con ponerle sentado entre ellos a la mesa de la otra más suprema y pasiva contemplación, manifestándoosle a vos mismo como lo soléis hacer; a quien vos queréis, en la unión y mística de que diremos después”. Y todo eso nace en el alma de creer y tener despabilada fe del mismo Dios, a quien se puso a mirar en la contemplación activa”. Y recomienda: “Éntrate por la Humanidad (de Cristo) que ves, a la divinidad que no ves”. En al capítulo XIII dice que para a contemplación es necesario rendir la propia voluntad a la de Dios y el entendimiento a todo lo que nos propone la fe, apartando de él “todo conocimiento humano y de cosas de carne y temporales, para que esté más dispuesto a todo lo que Dios le enseñare, teniendo libres y purgados el entendimiento, y la voluntad desaficionada a todo lo criado”. Y “sujetándose el entendimiento, luego se sujeta la voluntad y a ella las demás potencias. Y lo primero a que se rinde el entendimiento es a todo lo que está revelado por la fe, en el gobierno que Dios tiene del mundo y de su Iglesia, y en particular de nuestras cosas propias, y en lo que nos ordena y manda por medio de sus ministros”. Y refuta en parte la opinión de que para tener oración de contemplación antes hay que practicar todas las virtudes, porque éstas “servirán para limpiar el apetito, pero no para rendir el entendimiento”. Y “esperar a ser perfecto, para ponerse en dicha contemplación, pienso que nunca estará perfectamente” preparado. Fray Pelayo propugna acallar los sentidos y la imaginación para dejar al alma libre de toda cosa que pueda inquietarla durante la oración: “en particular se ha de cerrar la puerta al entendimiento para que no haga variedad de pensamientos ni discursos, aunque sean de cosas santas y buenas, que ahora no es tiempo de eso, sino de estarse suspenso callando con quietud y sosiego, en el mejor modo que pudieres, y esto hecho, con un simple mirar y con una vista sencilla has de mirar la inmensa majestad de Dios, espíritu purísimo, que está dentro de ti, más dentro que tú mismo…porque recogidas con el favor de Dios las potencias para que sirvan a la unión del amor en el corazón, y la mente, que son las fuerzas y potencias del espíritu, teniendo ellas entre sí unión y concordia, luego entrará en esta unión el mismo Dios…y este recogimiento y unión no hay manera se haga mejor que empleándose el entendimiento en mirar en la fe la verdad de esa fe. Porque en poniéndose así, luego se lleva tras sí a la voluntad y la voluntad todas las potencias y sentidos. Y con este acto sólo que el alma comienza a hacer de su parte, vendrá a alcanzar todo lo que el Señor suele comunicar en la perfecta oración, que es pura e infusa contemplación, unión y mística con Dios, cual es posible en esta vida”. Y aconseja: “Mira alma, que en saber hacer este recogimiento está toda la ganancia y aprovechamiento. Y advierte, que aunque te decimos que mires esta verdad, que no ha de ser con los ojos, que esos cerrados han de estar, como también los demás sentidos, que en nada han de estar ocupados. Y cuando algo suene, aun no se ha de advertir y el mirar ha de ser cual ojo de la fe, v. g. creo yo que mi Dios es trino y uno, que se hizo hombre y que padeció por mí. Cierto, pues de esta verdad, me recojo interiormente con ella, sin pensamiento ni discurso de cosa de abajo ni de arriba, sin buscar razón ni causa, sino cerrarme con ella, como quien con sola ella está contento y que no quiere más ni desea más, porque esa verdad es su bien y el regalo de su alma, como de verdad lo es, y su tesoro, y todo lo demás que le estorba aquel recogimiento, le enfada y cansa”. Y prosigue: “Dios, a quien se esfuerza de poner este recogimiento en todas sus potencias, en este ponerse en fe a mirar la divina verdad, en la contemplación activa, digo que lo que suele dar es, primeramente la contemplación pasiva o infusa que otros llaman. Da lo que llaman unión perfecta de la voluntad por el amor con él; da la mística teología, y el matrimonio espiritual, con todo lo demás que traen consigo. Cosas todas muy de la otra parte de nuestro entender, poder y merecer, y tales, que el alma que viene a ser tan dichosa, que las alcanza en esta vida, se podrá decir bien, comienza en ella a ser bienaventurada; del modo, en su manera, que lo ha de venir a ser para siempre en la otra. Y digo más: Que el alma que de veras de dispone para este recogimiento y trato amoroso con Dios con las disposiciones dichas y (las) que más en particular diremos, que aunque no llegue a gozar de estas cosas que da Dios a sus muy amigos… la llamaré yo con más título dichosa y bienaventurada, aunque no llegue a gozar en particular de estas cosas, pues es mejor y más dicha merecerlas que gozarlas”. Luego sigue hablando de las disposiciones para la oración de contemplación, que son: la fe (Capítulo XIIII), el examen de conciencia (Capítulo XV) y los bienes que se sacan de él (Caps. XVI-XVII), en donde insiste sobre todo en el método y da una fórmula para los principiantes, la materia del examen, que ha de ser por los mandamientos y el tiempo (mañana y tarde, o al menos diariamente antes de acostarse). Dice, que “por la mañana será pidiendo lo necesario para cumplir la voluntad de Dios en ellos (los mandamientos de Dios y de la Iglesia) encerrada… Pero a la noche será el examen acusándose por los mandamientos y por lo demás, según hallares que has faltado…y este examen de la noche para el que se allega a la oración y que quiere tratar de más perfección, no sólo ha de ser de los pecados de aquel día o de los cometidos desde la última confesión, sino de los ya confesados por todo el discurso de su vida, y así debes volver los ojos a toda ella, deteniéndote en particular o en común en cada mandamiento y demás obligaciones, según fueron los pecados y según que tuvieres lugar, mirándolos como enemigos que por entonces te privaron de la amistad con Dios, con detestación y aborrecimiento de todos ellos, que es un acto en que se merece mucho y con que aprovecha el alma grandemente. Y esta memoria de los pecados pasados sirve también mucho de medio para dar a Dios las gracias, porque todos los ha perdonado, lo cual no podrá hacer sin hacer memoria de ellos” (Capítulo XVIII). Y rebate a los que dicen que es demasiado examinarse dos veces cada día, con la autoridad de san Bernardo de Claraval (Capítulo XIX) y de san Gregorio Magno, a quien sigue diciendo: “Todo lo que la mente humana puede pensar del omnipotente Dios, no es Dios, aun cuando pensando transciende y sube sobre todo lo criado, y todo lo que para sí puede fingir de la misma luz, todo lo que de la interna suavidad y dulzura y todo cuanto puede alcanzar del deleite espiritual, ha de creer que todo ello es menos, que la misma dulzura, suavidad y deleite, que es Dios. Pero con todo eso, llega el alma en la contemplación a una cierta luz, que aunque no es Dios, es luz en donde mora Dios” (Capítulo XX). Prosigue luego diciendo que tras el examen por los mandamientos de Dios y de la Doctrina Cristiana, “pasarás los ojos por la gravedad del pecado, miserias de la vida humana, muerte, juicio, purgatorio y privación de la bienaventuranza….las cuales cosas y cada una de ellas mueven a temor y son freno para huir el alma del pecado…Y para que no sea todo temor y miedo y rigurosa justicia, templarás estas cosas con hacer memoria de los beneficios divinos, que son: creación, gratificación, vocación, justificación, dotación, conservación y glorificación...Y digo, en cada vez que te pongas en oración, hagas memoria de estas cosas de amor y de las otras de temor, porque así me parece será mejor, que no cada cosa de por sí”. Y advierte que la oración se ha de aplicar, y cuándo, por los vivos y los difuntos de manera general y también en particular (Capítulo XXI), y que antes de entrar en la oración de contemplación se ha de hacer memoria de algún misterio de la vida y pasión de Cristo, pues dice que la Humanidad es el camino seguro para llegar a la Divinidad (Caps. XXII), y distribuye en dos semanas las consideraciones de la vida (primera semana) y de la pasión y muerte de Cristo (segunda semana), al tiempo que propugna un método muy sencillo de preparación para la oración contemplativa, que consiste primero en rezar siete credos de rodillas y con los brazos en cruz (Capítulo XXIII) y después en “entregar su voluntad a la de Dios, que es importantísimo para la contemplación, para la unión y mística” (Capítulo XXIIII), juntamente con el recogimiento de los sentidos y potencias exteriores e interiores (Capítulo XXV) y acallar el entendimiento, porque no son necesarios muchos discursos para tener oración de contemplación. “Por eso, dice, aconsejamos, que hechas las disposiciones dichas hasta la resignación de la voluntad, todo lo restante de la oración sea estarte mirando con el ojo de la fe la verdad divina que has confesado, y esto sea con advertencia amorosa solamente, que es vista de más perfección que no la particular; y vuelvo a decir que aunque, estando así, te parezca no haces nada y otros muchos te lo digan, no dejes de perseverar, que no tardarás en experimentar el bien que hay aquí encerrado” (Capítulo XXVI). Y enumera tres maneras de silencio, del menos perfecto al más perfecto, para acallar el entendimiento: “La primera cuando cesan en la fantasía y los sentidos interiores las especies de las cosas de este mundo”, la segunda “cuando el alma, quietísima en sí misma, tiene una manera de ocio espiritual”, como María escuchando a los pies de Jesús, y la tercera cuando el alma “toda se transforma en Dios, gustando abundosamente de la suavidad suya, en la cual se adormece… y (se) olvida de su flaqueza y condición”. El primer silencio es propio de la contemplación activa o adquirida, el segundo es común a la contemplación activa y a la infusa, y el tercero sólo se halla en la contemplación infusa o pasiva, que toda ella es obra de Dios. Y dice que la contemplación pertenece a la vía purgativa y que es ejercicio de principiantes y “cómo para entrar en la contemplación no es menester aguardar a estar primero purgada (el alma) como algunos dicen, pues no hay mayor purga para ella que la misma contemplación” (Capítulo XXVII). "Y vuelvo a decir, que aunque estando así te parezca no haces nada, y otros muchos te lo digan, no dejes de perseverar, que no tardarás en experimentar el bien que hay aquí encerrado” (Capítulo XXVIII). Luego trata de “cómo se ha de haber el alma con los regalos que se ofrecen en la oración”, diciendo que “lo más seguro es huir y recatarse de esos gustos, sentimientos, hablas o visiones, porque en estas cosas, aunque sean de Dios, no se le hace agravio en no las admitir, ni por eso se dejará de recibir el efecto y fruto que Dios quiere hacer por ellos, supuesto que en eso se vaya con humildad, teniéndose el alma por indigna de semejantes sentimientos…(Lo importante) es no quitar los ojos de Dios, sino estándose allí con él sin advertirlo ni desear regalo, ni dulzura que él te diere, y si la advirtieres, sea con humildad, (re)conociéndote por indigno de ella…porque así quiere Dios que se reciban las cosas de su mano… y porque también el demonio sabe dar gustos a su modo y recibiéndolos con humildad, se caen”. Y que en las sequedades o confesiones también se ha de ir con humildad. Finalmente dice que “vivir sin amor de las cosas terrenas, es muerte de hombres, y vivir sin imagen y pensamiento de ellas, es muerte de ángeles. En la primera es morir con Cristo y en la segunda es estar sepultado en la Divinidad” (Capítulo XXIX). A continuación dedica todo un capítulo a impugnar “a los que quieren impedir este ejercicio de la oración: Digo lo primero, tener por cosa cierta, que lo hacen con buen celo…Lo que han dicho y dicen hoy día es que, aunque este ejercicio es bueno, pero que es una vida que no es sino para los muy perfectos, y que así, no hay que comenzarla, porque comienza por donde han de acabar las almas, y con esto no hacen ni (lo) uno ni (lo) otro, sino quedarse sin ir ni dar un paso adelante. A esto digo yo: Dejen a las tales almas, que no es mucho (cuando esto fuera verdad) pues se les acabará la vida tan mal vivida, acaben con buena, santa y perfecta vida, y que en cuanto les sea posible comiencen desde acá a gozar de la eterna y no sea todo vivir en un infierno o cuando mucho cayendo y levantando en él”. Su método consiste en recomendar primero el examen de conciencia, “luego decimos pase los ojos por las postrimerías…De allí, pase a considerar un poco los beneficios recibidos, en especial el de la redención…Luego que haga el alma siete actos de fe, confesando los misterios de ella… pase el alma de ahí a hacer una resignación de toda su voluntad en la de Dios…¿Pues es posible que haya quien estorbe esta enseñanza, que la quiere encubrir el demonio, y que no haya millones de hombres que la enseñen y prediquen?” Y continúa insistiendo en la necesidad de la oración contemplativa para todos los cristianos y pone ejemplos de sus frutos, pero al que sigue este ejercicio de oración Dios le enseñará cuán provechosa es la oración contemplativa, junto con otras verdades “que sobre ella se enseñan con perfección, y sólo Dios es quien las puede enseñar, como las ha enseñado a los maestros de la nueva teología mística” (Capítulo XXX). Porque “los maestros de acá no hacen en la enseñanza del alma, ni pueden, lo que hace Dios, e insiste en el examen de conciencia, en echar del alma los pecados y malos hábitos y destruir el bienmequiero, “el amor propio y la excelencia loca de pretensiones”, pues “la contemplación de la divina verdad, hace fructificar al entendimiento, da fuerza y valor a la voluntad, abrasándola en amor divino, que amando mata y matando sana. ¡Oh, Señor y amado mío, que os conozca yo para me aborrezca, que me aborrezca para que os ame, y que os ame para que eternamente os goce¡ (Capítulo XXXI). Luego, siguiendo a santo Tomás de Aquino, explica “la diferencia que hay entre el entendimiento y la voluntad en el acto de la contemplación”, afirmando que “el entendimiento, en esta vida, se une con Dios en la oscuridad de la fe, mediante la cual se une con la verdad”, mientras que “la voluntad se une inmediatamente a Dios, como es en sí, por el afecto que se suele encender en la contemplación que tuvo el entendimiento de esa divina verdad, en el cual afecto amoroso se termina la obra de la contemplación, cuando es pasiva o infusa”. “Por eso, la voluntad es más alta que el entendimiento, porque ella sube a unirse con Dios como es en sí, y así aquí es mejor el amor de Dios, que el conocimiento del mismo Dios. De donde se sigue, que la voluntad pasa más adelante que el entendimiento, pues se une a Dios como es en sí y el entendimiento no se une sino media fide, y la acción suya para en la contemplación, pero no para ni cesa en el afecto de la voluntad, aunque esté unida con el mismo Dios, como es en sí”. El entendimiento siempre mueve la voluntad, pero sólo ésta tiene experiencia de Dios, “la cual es mucho mayor que el conocimiento que el entendimiento puede tener, aunque sea de la misma suavidad”. Pero la experiencia de la voluntad revierte sobre el entendimiento cosas que éste antes no conocía. “El entendimiento está contemplando la verdad que mira, y la voluntad afectuosamente se ocupa en amar”. El entendimiento “sólo llegó a aquella luz en que mora Dios, y la voluntad llegó a unirse con el mismo Dios”. Y asegura de nuevo, con la autoridad de Tauler, que “la contemplación activa y adquirida… está en nuestra mano ponernos en ella”. Así termina la primera parte de la obra. En la segunda parte, el autor, trata de la contemplación infusa o pasiva y de la suspensión de las potencias, da avisos concernientes a la vida espiritual, ofrece una serie de meditaciones para una semana (mañana y tarde) y un método muy simple para fijar la atención espiritual durante la recitación del Oficio Divino. También trata de los grados de gracia requeridos para llegar a la “teología mística” y de los fenómenos místicos del rapto, arrobamiento, unión transformante y del gozo que lleva a la plena quietud. El amor místico, que él llama conocimiento experimental de Dios, es perfecto y en él consiste la esencia misma de la teología mística. Veámoslo con detalle. El capítulo I de esta segunda parte trata de la contemplación infusa o pasiva, que siguiendo a santo Tomás de Aquino, define como “un simple y agudo mirar despabilado de la verdad divina sin discurso, sin distinciones ni acto de ninguna potencia más que la del entendimiento, que es el afecto de la misma voluntad”, diferenciando la contemplación activa de la pasiva, en que aquella no tiene a veces “absorbimiento interior” y ésta lo tiene siempre. Habla de la mente como del “ojo simple, que es aquel que es sobre la razón en el fondo de la inteligencia, siempre abierto y que con un desnudo y despabilado mirar prorrumpe en esa luz de la divina verdad, la cual por sí misma contempla y ve”. I siguiendo a Tauler dice que en el hombre hay tres hombres, el externo o animal, el interno o espiritual y la mente, que es la suprema porción del alma, “que es del todo simple, esencial y uniforme”, que siempre está obrando y que es superior a la razón y al entendimiento. Y es necesario que el alma entre dentro de sí olvidando todo lo exterior sin quedar de ello pensamiento, memoria ni imagen, y de esta manera será fácil llegar a contemplar lo invisible, lo que de otra manera no es posible. Y cuando el alma se olvida de las cosas que sabe llega a saber las que de suyo son incognoscibles. Y cuanto más el alma “se abstrajere y olvidare de las cosas exteriores, tanto estará más hábil y dispuesta para saber y conocer las interiores”. En el capítulo II, siguiendo singularmente a santo Tomás de Aquino y Suárez, habla de lo alta que puede ser la contemplación pasiva o infusa, a la que nadie puede subir por sí mismo, pero puede disponerse a ella y aun desearla y procurarla en los grados menores. El entendimiento aprehende a Dios por las criaturas, pero el amor va directamente a Dios tal como es en sí mismo, sin necesitar de las criaturas. “El cuidado que has de tener es suspenderte de todo pensamiento discursivo, por bueno que sea, y estarte mirando en la fe a la divina verdad, en que no tienes que discurrir ni meditar, si no fuere para imitar y seguir a Cristo”. Y hay que considerar a Cristo a la vez como hombre y como Dios, para unirse a él y gozar de su divinidad, y eso como principio de la contemplación, en la cual no se ha de considerar ninguno de los atributos de Dios en particular, sino en general, como su bondad, belleza, su grandeza, etc. Pero aun es mejor el concepto negativo, pues según san Gregorio Magno y Pseudo Dionisio Areopagita, “entonces más altamente y con más verdad conocemos algo de Dios, cuando entendemos que no podemos conocer nada de él y cuando más claramente conocemos su incomprensibilidad, la cual por ser tan infinitamente resplandeciente es invisible e impenetrable en esta vida”. Y siguiendo a fray Bartolomé de los Mártires dice que hay tres grados de conocimiento: El primero por la meditación de las perfecciones divinas, el segundo por la simple inteligencia general positiva de Dios y el tercero cuando el alma se sumerge en Dios y obtiene el conocimiento negativo de él, que es el más grande conocimiento suyo que se puede tener en esta vida. “Y esta oscuridad clara se antepone y aventaja a todos los demás conceptos y noticias” de Dios. Y siguiendo a san Buenaventura dice: “Los que desean llegar al amor unitivo han de huir de los conceptos intelectuales positivos. El que verdaderamente ha llegado y está en esta oscuridad con un amor ardentísimo de la voluntad, ese se dice que está en la última disposición para llegar al amor unitivo y a aquella unión pasiva y amor fruitivo”. Y “el entendimiento, estando en aquella oscuridad, no está del todo ocioso, antes echando fuera todos los conceptos positivos, se queda en un concepto negativo muy más aventajado y perfecto, que todos los positivos, conviene a saber: incomprensible, inconceptible, ininteligible”. Y acaba asegurando que “nosotros mismos podremos entrarnos y ponernos (con el favor de Dios) en aquella obscuridad tan celebrada por los doctores místicos, en especial de Pseudo Dionisio, sin que sea menester (como dicen otros) a que Dios lo haga, que por eso nos pone este venerable padre (fray Bartolomé de los Mártires), las disposiciones porque lleguemos a esta felicidad”. En el capítulo III, sirviéndose de diversos autores espirituales, explica cómo hay que entender la suspensión de las potencias en la contemplación pura e infusa. “Lo que entonces hay de parte del entendimiento es una simple, detenida y suspensa admiración y un dejarse ilustrar, penetrar y confirmar de la divina luz, y de parte de la voluntad hay un dejarse santamente consumir y aniquilar para que ni sienta, ni ame, ni desee, ni se goce en otra cosa, sino en Dios sólo”. Las potencias “no obran al modo discursivo que antes obraban, sino al (modo) quieto y sencillo, místico y receptivo, recibiendo lo que Dios se digna obrar e infundir en ella”. Y sirviéndose de san Juan de la Cruz, a través de las adiciones del carmelita P. Salablanca a la edición de su Subida al Monte Carmelo, dice que “con sólo dejar el alma libre y desembarazada de todas las noticias y pensamientos…contentándose con una advertencia amorosa y sosegada en Dios, sin cuidado…que distraen el alma de la sosegada quietud y ocio suave de la contemplación que aquí se da…Y estése sosegado como que no va allí más que a estarse a su placer y anchura de espíritu, porque si de suyo algo quiere obrar con las potencias, aunque sean las interiores, será estorbar y perder los bienes que Dios por medio de aquella paz y ocio del alma está asentando e imprimiendo en ella”. En el capítulo IIII anima a todos a este alto ejercicio de oración contemplativa con las palabras de fray Bartolomé de los Mártires, diciendo: “Nadie desmaye, aunque se vea con sequedades y más dificultades halle para darse a este ejercicio, que la razón de no haber muchos más que le sigan es, porque…de doce partes de sacerdotes, predicadores y confesores…las diez partes aconsejan a las almas y dicen que no se metan en eso, que es mucho trabajo, que el camino es tan peligroso, que muchos se han perdido en él…Otros…dicen que si se dan a la contemplación y recogimiento, eso es por descansar y tener una vida holgazana y descansada, que luego son almas regalonas, que no quieren trabajar, sino estarse en la celda todo el día…y así con esto, a las unas y a las otras les quitan y apartan de su bien, y hay tan pocos que animen a seguir este camino, facilitando el trabajo, diciendo que llagarán a puerto seguro, que podemos decir que no quedaron sino dos”. Luego asegura que los enemigos de la contemplación son muchos, pero el mayor de ellos somos nosotros mismos porque “somos amigos de no trabajar en esta viña del Señor, ni en hacer penitencia de nuestros pecados, sino sólo en gozar de los consuelos terrenos”. Lo son también los que dicen “que la contemplación es sólo para religiosos…Pero entre los religiosos veo lo mismo, que muy contados y a dedos son los que se esmeran en eso, y aun lo peor es, que esos pocos los traen sobre ojo los demás, que es milagro que perseveren, y todo esto es causa de que esté la Iglesia de Dios sin obreros y sin que nadie trabaje en esta viña de la contemplación, ni apetezca los bienes de la bienaventuranza eterna y muy cumplida en la otra vida…(ni) en esta vida otra bienaventuranza, a aquella bien parecida, como lo afirman san Tomás y san Agustín. La cual consiste en la contemplación amorosa y gozosa del mismo Dios, fundada en la fe oscura de los misterios que nos enseña la Iglesia, de Dios Tino y Uno, y de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Pues ¿es posible que a esta bienaventuranza temporal no ha de haber quien llame? ¿No ha de haber quien convide y haga fácil la subida?... (Pero si) por el examen de conciencia…procuramos irnos a Dios por el recogimiento y la contemplación activa…nos descargará Dios y librará de nuestros enemigos y de nosotros mismos…y nos dará un refresco y ayuda para pasar a la quietud y descanso de la contemplación pasiva, unión y mística…(pues) al que por Dios deja su cama, le da en trueco Dios la suya…Pero el sueño del justo que se acoge a servir de veras a Dios, es con descanso. Las almohadas son las virtudes, las obras buenas flores olorosas, el alma está purgada y limpia por el examen de conciencia, desnuda de sí misma por la resignación de su voluntad puesta en la de Dios, con que no queda cosa que le dé cuidado. Y así durmiendo en la cama del pecho de Dios, ¿qué otro sueño ha de tener, sino con descanso y muy parecido al de la eternidad?” Fray Pelayo pasa luego a tratar del lugar más a propósito para la oración, diciendo que el mejor es “el lugar solitario, ora sea en casa ora fuera de ella, en parte a donde no haya tropel ni ruido que pueda inquietar los sentidos sin desasosegar la imaginación”, aduciendo el ejemplo de Cristo, que subía al monte a orar y a su consejo de que para orar entre uno en su aposento y cerrada la puerta ore al Padre celestial que todo lo ve (Capítulo V). Aconseja tener oración mental tres veces al día o al menos por la mañana “entre dos luces o antes” y por la noche “después de haber concluido los negocios y ocupaciones del día” y antes de acostarse “como disposición para tener buen sueño, lo cual suele traer grandes provechos. Uno librarse de malos sueños y tenerlos buenos, soñando en lo bueno que pensaste… (y) que cada vez que despertares hallares el corazón tierno para con Dios y con facilidad podrás hacer alguna breve y sabrosa oración”. Y que cada vez la oración dure al menos una hora, a ejemplo de Cristo en Getsemaní, de manera que entre madrugada y primera hora de la noche se tengan dos horas al día, sin olvidar la oración del mediodía, el alma fervorosa que pudiere hacerla (Capítulo VI). En cuanto a la postura del cuerpo, dice siguiendo a Gersón, que “cada uno tiene libertad para elegir el tiempo, el lugar y la postura del cuerpo, que más a propósito le pareciere para alcanzar facilidad en la contemplación” e igualmente la postura que mejor le vaya “para el recogimiento interior” o la “más acomodada a la quietud del alma”. Y cuando hay distracción, sequedad o somnolencia recomienda hacer frecuentes y breves genuflexiones, acompañadas de jaculatorias, pero con Juan Bretón prefiere y recomienda que se haga de rodillas “y si no se puede estar de rodillas, diga que por lo menos nunca se mire a que el cuerpo esté descansado y acomodado, porque esto estorba el espíritu, y más es llamar al sueño con aquel regalo y comodidad, que no tratar de oración” Y con el rostro mirando al cielo. Que se comience haciendo tres reverencias profundas, besando el suelo en cada una de ellas y luego una postración de todo el cuerpo pidiendo misericordia a cada una de las tres personas de la Sma. Trinidad y después otra reverencia invocando la ayuda de la Virgen Santísima y de los santos y luego la oración con la cabeza descubierta, con los ojos cerrados o abiertos pero fijos, y entonces si se reza algo vocalmente se ha de hacer con pausa y gravedad por respeto a Dios con quien habla, evitando cualquier ruido como toser, escupir y suspirar. Las manos deben estar “quietas, juntas o levantadas” en cruz, cruzadas sobre el pecho o con los dedos cruzados, estando de rodillas o en pie, pero no sentado si no es por “enfermedad, flaqueza o cansancio” Y en este caso, que “el asiento sea bajo, en señal de reverencia e hincando las rodillas del corazón, ya que no puede las del cuerpo” (Capítulo VII). Luego propone unos repertorios de meditaciones, para cada día de la semana, mañana y tarde, de lunes a domingo, cada una de las cuales dividida en tres puntos, a saber: los pecados, las miserias de esta vida, la muerte, el juicio, el infierno, el purgatorio, la privación de la gloria, como meditaciones preparatorias o introductorias de la oración contemplativa, y otras consideraciones sobre los beneficios recibidos (creación, gratificación, vocación, justificación, dotación, conservación, glorificación) (Capítulo VIII) y “de los misterios de la vida, pasión y muerte de Cristo” repartidas en dos semanas, la primera desde la concepción hasta el domingo de Ramos y la segunda desde ahí hasta su ascensión al cielo (Capítulo IX). Y luego de poner algunas advertencias acerca de las consideraciones de la vida y pasión de Cristo, dice que cada día se pida la ayuda de los santos, a saber: el lunes de los ángeles, el martes de san Juan Bautista y de los apóstoles, el miércoles de los mártires, el jueves de los pontífices y doctores, el viernes de san Benito y otros santos abades, el sábado de los confesores no pontífices y el domingo de todas las santas (Capítulo X). En los dos capítulos siguientes, que son originales suyos, resume lo dicho, proponiendo un ejercicio de oración para la mañana, con recitación de los artículos del Credo, examen particular desde la última oración, con la consideración de los mandamientos de Dios y de la Iglesia, de los enemigos del alma –mundo, demonio y carne-, de las obras de misericordia corporales y espirituales y las ocho bienaventuranzas, con su aplicación a la vida tras cada una de estas consideraciones. Los temas de meditación que propone son: para el lunes el pecado, para el martes las miserias de la vida, para el miércoles la muerte, para el jueves el juicio, para el viernes el infierno, para el sábado el purgatorio y para el domingo la privación de la gloria; sigue con el agradecimiento de los beneficios de Dios, a saber: el de la creación para el lunes, la gratificación para el martes, la vocación (llamada) al perdón para el miércoles, la justificación para el jueves, la dotación para el viernes, la conservación para el sábado, la glorificación para el domingo, rezando y ofreciendo la oración por los vivos y los difuntos, ofreciendo para ello los méritos de Cristo y de los santos y acabar en brazos en cruz rezando siete o cinco credos y luego resignar su voluntad a la de Dios (Capítulo XI) y propone otro ejercicio de oración para la noche comenzando con el examen e conciencia, por los mandamientos de Dios y de la Iglesia, los pecados capitales, las obras de misericordia y las ocho bienaventuranzas (Capítulo XII). Y anima a todos al ejercicio de la oración contemplativa, diciendo que “todos con la ayuda de Dios pueden llegar a ella; que nadie desmaye por más dificultades que halle, ni por más sequedades con que se vea, que le prometo, que a quien no hace caso de semejantes impedimentos, sino que con continuación se ejercita cada día en dicho ejercicio, aunque se haga a su parecer con tibieza, esté cierto que de la contemplación por turbada que sea, se ha de aprovechar algo y aun mucho. Que por turbado que salga el sol y cubierto de nubes, al fin calienta, alumbra y seca, sino mucho y del todo, al menos algo”. Y recomienda las oraciones jaculatorias, que ayudan a recogerse y mantienen el fervor espiritual durante la oración al sobrevenir distracciones, si no: “no hay sino callar y estarte así muy a tus anchuras, sin pena ni cuidado de querer saber o entender si vas bien ni mal, y aunque te parezca que esa suspensión es una como ociosidad y bobería, persevera así, que el mismo ejercicio te vendrá a desengañar y a dar a entender el bien que hay encerrado en este silencio, escucha y suspensión, como la experiencia lo ha enseñado a muchos” (Capítulo XIII). Luego resume el método de oración propugnado por fray Bartolomé de los Mártires –que aduce la doctrina del Pseudo Dionisio Areopagita- para autorizar su método, que, dice, apenas dista del suyo, pues consiste, como señala en las notas marginales, en “hacer memoria de la vida y pasión de Cristo”, “examen cada día de todos los pecados”, “resignación de la voluntad en la de Dios”, “petición de virtudes”, “invocación de Ntra. Sra. y de más santos”, “oración por vivos y difuntos”, “entrándose el alma dentro de sí, sin pensamiento de imagen de criatura, que es ponerse en contemplación activa, con que se hace digna de que la ponga Dios a ella en contemplación pasiva”. “Porque el alma amando, se va de sí desmedrando en su amor; y casi reducida a nada y caída en el abismo del eterno amor se consume y es allí absorbida: y muerta a sí, vive solamente (par)a Dios, y no entendiendo ni sintiendo cosa fuera de él, se pierde en esta soledad y deslumbramiento de la divinidad, pero perderse de esta manera es más alegre y provechoso que hallarse de otra, porque allí desnudándose de todo lo que es humano y revistiéndose de todo lo divino, se transfunda y se transforma en Dios (como el hierro puesto en el fuego que en cierta manera se transforma en él, pero queda la misma esencia del alma, como también el hierro encendido, no deja por eso de ser hierro”. E insiste en abstraerse de toda criatura y de todo pecado y a huir todo deleite, incluso lícito, para no perder el gusto de Dios, refiriendo el deleite de la comida al Creador, que te lo da para que por su medio te eleves a él, que es su fuente, origen y principio (Capítulo XIIII). Después habla de la unión con Dios, que puede ser esencial o natural (por esencia, presencia y potencia) y de semejanza, de amor o sobrenatural, que puede ser adquirida o infusa, y que corresponden respectivamente a la contemplación activa o adquirida y a la contemplación sobrenatural pasiva o infusa. La unión activa es aquella “para la cual el alma puede, mediante el divino favor, disponerse y alcanzarla quitando los estorbos que la impiden”, que son todo lo que no se conforma con la voluntad de Dios y arrinconando su entender, gustar y sentir para unirse totalmente a Dios y transformarse en él, mediante la perfección de las potencias del alma (entendimiento, memoria y voluntad), que se perfeccionan respectivamente por las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), pues cada virtud vacía su potencia de todo lo que le pueda ser obstáculo para la unión en él (Capítulo XV). Y trata de las purificaciones del entendimiento, indicando que ningún pensamiento puede servirle a éste para la unión, si no es como disposición, pues debe quedar limpio, vacío, desocupado, sosegado y acallado y ponerse en fe, “pues ella sola es el medio próximo por el que se manifiesta Dios al alma, en divina luz, que excede a todo entendimiento” Y así, “cuanto más fe el alma tiene, más unida está con Dios y cuanto más en oscuridad, más y mejor le podrá ver” (Capítulo XVI). El entendimiento puede recibir noticias de manera natural o sobrenatural, según éstas se perciban por los sentidos exteriores o interiores (imaginación y fantasía), rechazando los fenómenos sensibles externos, porque pueden inducir a error, y prefiriendo los internos, aunque asegurando que “para venir a esta unión de Dios sobrenatural, infusa y pasiva, todo su cuidado del alma ha de ser, no se ir arrimando a visiones imaginarias, formas ni figuras, ni menos a particulares inteligencias, pues nada de esto le puede servir de medio proporcionado y próximo para el tal efecto, antes le harán de estorbo, en especial si las procura y retiene de propósito”. Y dice: “Mejor enseña Dios al alma unida consigo en la mística, que no por visiones ni revelaciones” (Capítulo XVII). Luego trata del vacío que debe haber en la memoria, que debe olvidarse de las cosas creadas o imaginadas para pensar sólo en Dios, diciendo: “Porque no puede juntamente estar unida la memoria con Dios y con las formas y noticias distintas de criaturas, y así, cuando está unida con Dios, se queda sin forma y sin figura, perdida la imaginación y embebida la memoria en un sumo bien, con gran olvido de todo lo criado. A quien no tiene experiencia le ha de parecer imposible, pero créame el alma que esto leyere, que le decimos la verdad, y que los arrobos que tienen algunos siervos de Dios, si son verdaderos, que no se llega a ellos sino es por este camino, y aseguro que aunque fuese extraordinario el favor y tan de repente, no podrá estar Dios unido al alma, en perfecta unión, si no fuere desembarazando la memoria de esta noticias y aprehensiones. Mas habiendo limpieza, en el punto que hace Dios estos toques de unión en la memoria, (ésta) súbitamente da un vuelco…que le parece que se desvanece toda la cabeza y que se pierde el juicio y el sentido, unas veces más y otras veces menos según es el toque y según fuere la mayor disposición de amor de Dios y olvido de lo natural, y entonces, a causa de esta unión se vacía y purga la memoria de todas las noticias y queda tan olvidada de ellas y de sí misma, que ha menester hacerse gran fuerza y trabajar para acordarse de algo y aun se suele pasar algún tiempo sin saber lo que se hizo”. Porque “al modo que de su parte va el alma entrando en esta negación y vacío de formas (que es la unión activa que llamamos, respecto de esta potencia y lo que ha de hacer el alma de su parte) la va Dios poniendo en el posesión de la unión pasiva” (Capítulo XVIII). Y en el siguiente capítulo insiste sobre el vacío de la memoria y de cómo se ha de hacer y que es posible. Dice también, que en la unión “Dios enseña la mística; y más se aprende en un día de teología escolástica, artes, leyes, cánones, medicina y (de) cualquiera otra facultad estándose allí suspenso de todo y callando, que en muchos años sin ella, aunque tenga de eso más cuidado. Porque la luz es sobrenatural y sin tinieblas ni ignorancias, y aun donde se ve bien la falsedad de las opiniones y las verdades claras”, aludiendo a San Bernardo, Epistola ad frates de Monte Dei: “Muchos son perfectos y consumados en la mística teología, sin saber la especulativa, empero jamás teólogo ninguno especulativo alcanzó perfección, ni llegó a ser tan consumado sin estudiar también la mística”. “Por tanto impórtale aprender a poner las potencias en silencio y callar para que hable Dios, menester es perder de vista las operaciones y modos naturales, se han de cerrar las puertas a las consideraciones y discursos de abajo y de arriba, haciendo a la memoria que queda callada y muda, con sólo el oído del espíritu en silencio para Dios”. El entendimiento se ha de poner en la nesciencia es decir en la noble o docta ignorancia, la memoria en la imaginum expers, vacío total de la imagen, y la voluntad en el modinescia de amor y de gozo particular. De manera que librándose de todas las cosas que interiormente le estorban venga a ponerse en vacío de todo lo criado, que no haya inteligencia, ni imagen, ni memoria de ello, ni menos voluntad, que eso será procurarle amar en todas sus fuerzas” (Capítulo XIX). El capítulo XX se ocupa en el vacío de la voluntad. Los apetitos principales de la voluntad son cuatro, a saber: “gozo, esperanza, dolor y temor, las cuales de tal manera se deben ordenar a Dios, que el alma no se goce, sino de lo que puramente es honra y gloria de Dios, ni tenga esperanza de otra cosa, ni se duela, sino de lo que a esto tocare, ni tampoco tema ni reverencie sino a él…De donde para llegar el alma a la unión de su voluntad con Dios, todo su negocio está en purgar la voluntad de estos apetitos y afecciones, para que así, la voluntad humana y baja, venga a ser voluntad divina, hecha una misma cosa con la voluntad de Dios. Y es mucho de notar, que estas cuatro afecciones son la raíz y principio de todo el bien o el mal de un alma, porque de ellas nacen todos los vicios e imperfecciones que tiene, cuando están desenfrenadas, y también todos sus virtudes, cuando está bien ordenadas y compuestas”. Y estas afecciones son tan interdependientes, que a donde va una las otras tres le siguen y con ellas todo el hombre, alma, voluntad y todas las demás potencias. La voluntad no se debe gozar sino sólo de aquello que es honra y gloria de Dios, que la mayor honra que le podemos dar es servirle según la perfección evangélica, y que esa pide que lo renunciemos todo por su amor. Porque de otra manera no hay llegar el hombre a unirse con Dios ni ser discípulo suyo”. Dios “pide el corazón y el alma, eso todo lo quiere y todo lo debes dar, amándole de todo corazón y de toda el alma”. “Así que el espiritual en cualquier gozo que se le ofrezca esté advertido, que el aprovecharse de él sólo sea para irse de él a Dios levantando a él el gozo del alma. Porque todo gozo que no es de esta manera, en negación y aniquilación de otro cualquiera, aunque sea de cosa levantada, es vano y sin provecho, y aun estorba para la unión y transformación de la voluntad con la de Dios, que es la que buscamos” (Capítulo XX). Luego prosigue tratando de la negación de los gozos de la voluntad, diciendo que ha de gozarse sólo en Dios, que no se han de despreciar las consolaciones espirituales, “pero pedirlas y apetecerlas, quien de veras trata de la perfección, ni por pensamiento”, sino que ha de “recibirlas siempre con humildad y como indigna de cosa buena” y “ha de humillarse del favor y regalo acudiendo a Dios con humildad y ánimo de más ser y agradarle. Y sepa que este grado consiste en desocupar y limpiar su voluntad de cualquier gusto y gozo de cosa criada y sepa también que aquel regalo lo es (un regalo) y no Dios, que Dios no es cosa que se siente, y así en sintiendo gusto, alegría sabor o dulzura, (sepa) que no es aquello Dios” (sino don suyo) y que “pararse a gozar esto….es detenerse en el camino y no llegar a la unión, en la cual el gozo es el mismo Dios y no lo siente porque está hecha una misma cosa en espíritu con él” (Capítulo XXI). Contra los que se contentan con algunos ejercicios para adquirir las virtudes y continuar con la oración y meditación, pero “no llegan a la desnudez, enajenación y pureza espiritual…antes andan a vestir y cebar su naturaleza de consolaciones y sentimientos espirituales, que no a desnudarla, a negarla en eso y eso otro por Dios…Porque el verdadero espíritu antes busca en Dios lo desabrido, que lo sabroso, más se inclina al padecer que al descansar, porque sabe él bien, que ese es el camino seguro. Más, desea carecer de todo bien por Dios, que poseerlo sin él, más las sequedades y aflicciones, que las dulces comunicaciones”. “¡Oh, quién pudiera dar a entender, hasta dónde quiere este Señor que llegue esta negación! Ella cierto ha de ser una como muerte y aniquilación temporal, natural y espiritual en todo”. E insiste en la finalidad de la desnudez de los sentidos externos e internos, que es “ver la pureza que ha menester el alma para entrar en el cielo y aun que lo comience a poseer desde acá, para que (si le es posible) no aguarde a padecer en la otra vida lo que acá no se purgó, y aun a gozar desde acá, lo que se pudiere perfectamente, de Dios, que debiera bastar para parecernos poco todo cuanto hemos dicho…de la purgación y aniquilación de las potencias y de toda el alma” (Capítulo XXII) .Y resume cómo ha de ser la abstracción de las tres potencias del alma, entendimiento, memoria y voluntad en orden a la unión con Dios, que deben olvidar todas la imágenes, excepto la memoria la de la Humanidad de Cristo, para llenarse de paz (Capítulo XXIII). A continuación habla de la teología mística, que define, inspirándose en fray Bartolomé de los Mártires, como “una altísima noticia o conocimiento experimental de Dios, la cual se alcanza por una cierta unión muy levantada de la voluntad con el mismo Dios”, asegurando que “la teología mística está más en el afecto que en el entendimiento, y es tenida por más excelente que la especulativa o escolástica”, pero que para alcanzarla “no es necesario mucha erudición de letras aprendidas en las escuelas y universidades, porque ella no se aprende sino en las escuelas del afecto, del amor y de la gracia, de ejercicio de obras y virtudes, con que la parte afectiva del alma, que es la voluntad, se suele purificar y limpiar”. Y después de decir que “toda la sustancia de la teología mística consiste en el amor”, habla de las propiedades del amor, de las cuales la primera produce el rapto, arrobamiento o éxtasis, que son: ”Una vehemente elevación y una actuación de la potencia superior en que cesan por entonces las operaciones de todas las potencias inferiores o al menos se enflaquecen, de manera que no les quedan fuerza para impedir ni detener las operaciones de la potencia superior”, el entendimiento queda tan “suspenso en su propio acto, que también las potencias inferiores…cesan totalmente de todas sus acciones”. La segunda propiedad del amor es “aquella unión del amante con la cosa amada y tal que el amante totalmente parece se pasa a ella, de suerte que se puede decir que vive en ella”. La tercera propiedad del amor “es la satisfacción que trae consigo aquella quietud, llena y entera del amante, porque el amor le satisface y llena sus medidas, y así ninguna otra cosa procura, ni desea, sino amar…Queda pues el alma, alcanzada esta unión al sumo bien, enteramente satisfecha y regalada. Y hase de advertir también que este amor unitivo, que se suele llamar noticia experimental de Dios, es totalmente perfecto”. Hay dos maneras de unión con Dios, a saber habitual y actual, siendo esta última, activa o pasiva, aunque a veces es difícil diferenciarlas y que en el acto de la contemplación y unión se podrá hacer memoria de Cristo y de sus atributos divinos, si ésta viene sin procurarla, pero como de paso y de manera general. Luego, siguiendo a santo Tomás de Aquino, san Agustín y san Buenaventura, trata de la contemplación pasiva, diciendo que el alma en gracia de Dios tiene el don de la sabiduría en el entendimiento, que en la oración y con la ayuda de Dios produce la contemplación, que es una conocimiento extraordinario de Dios, que enciende en amor de Dios la voluntad, pues la contemplación activa no siempre causa dicho encendimiento de amor en la voluntad. Y asegura que “aquel gusto o experiencia de Dios, que es un acto de la voluntad cuando está más levantada que el entendimiento, ese es el acto propio y principal de la teología mística”. El segundo acto es aquella noticia o contemplación más clara que se sigue después del gusto o experiencia de Dios, con la cual el entendimiento es maravillosamente ilustrado. También se suele contar entre los actos de la teología mística, el acto de la contemplación que precede a aquel gusto experimental de Dios y así la llaman algunos”. Pero la parte más propia y más secreta de la teología mística “es aquel gusto, experiencia o percepción de Dios, a la cual la voluntad es levantada y atraída del mismo Dios” (Capítulo XXIIII). En el siguiente capítulo pasa a explicar cómo la voluntad se eleva a Dios con las dos alas de la esperanza y la caridad y que el que por fe y caridad se allega a Dios, se hace un espíritu con él, asegurando que la unión mística es juntamente un acto del entendimiento y de la voluntad, y que llegados a esta unión Dios es el único que enseña y comunica un gran conocimiento experimental de los misterios de la fe, aunque todavía no con evidencia de los mismos, pues en palabras de San Bernardo la teología mística es: “Sapida scientia”, por lo cual, en cuanto es ciencia es acto del entendimiento y en cuanto experimentada o saboreada, es acto de la voluntad, y por ello la unión mística es acto conjuntamente de las dos potencias, entendimiento y voluntad, y no sólo de una de ellas, “como les ha parecido a algunos” . Y que “la teología mística es ciencia práctica”, pues como dice fray Bartolomé de los Mártires: “Es una noticia experimental, que se tiene de Dios”. Y como indicó santo Tomás de Aquino: “El entendimiento en esta vida no se une inmediatamente con Dios, la voluntad sí, y así lo que el entendimiento alcanza de los misterios encerrados en la fe y en el espíritu de ellos es por la experiencia que hace la voluntad, según la fruición (aunque imperfecta) que tiene de Dios en esta vida, unida y transformada en El, y de lo que allí le manifiesta Dios”. En este estado, la voluntad fruye y goza imperfectamente de Dios, “la cual no es fruición de la bienaventuranza, sino de contemplación pasiva y unión espiritual y mística. Después de la cual fruición el entendimiento conoce la experiencia que de Dios hizo la voluntad y tal es lo uno y otro a veces, que unas hay rapto del entendimiento y otras hay éxtasis de la voluntad” (Capítulo XXV). Seguidamente indica que los “tres enemigos encubiertos que destruyen la perfección” son: “bienmequiero, amor propio y propia voluntad”. El primero aplaza la ejecución de las obras con avisos para no dañar la propia salud. El segundo es su amor propio, que le hace creer que él lo sabe todo y que los demás son unos ignorantes en sus consejos y se duele de cualquier palabrita en su contra, porque se cree el más excelente, razonable y digno. El tercero, es seguir la propia voluntad y no la de Dios (Capítulo XXVI). Y a continuación da algunos avisos contra estos tres enemigos y otros, que resultan un auténtico programa de vida espiritual, diciendo: “Ninguna cosa tengas asida en el corazón, ni en ninguna pura criatura pongas tu alma. No desees humanamente la amistad y familiaridad de hombre ni de mujer del mundo, por muy santos que sean, porque no solamente las cosas malas son estorbo para esta sabiduría de Dios, sino también las buenas, si desordenadamente y sin tasa se aman y buscan…Arrancando de cuajo el amor propio de tu corazón y dejada tu propia voluntad, entrégate y resígnate en Dios, procurándote transformar en él. Nunca poniendo los ojos en ti mismo y en tu provecho y comodidad…Despójate a ti mismo y muere de tal manera a ti y a todas las cosas del mundo, como si nunca hubieses de vivir o como si ya totalmente estuvieses muerto. En todas las cosas busca la honra de Dios y…las cosas que te sucedieren, prósperas o adversas vuélvelas todas a la voluntad de Dios y recíbelas de su mano, creyendo firme y seguramente que él las dispone así para que puedas aprovechar en el camino de tu salvación. No uses mal de los regalos y deleites del espíritu buscándote a ti mismo en ellos…sino recíbelos con humildad…porque en sólo Dios y no en sus dones se ha de tomar descanso…Guárdate cuanto pudieres en el uso de los sentidos exteriores…No te mueva ni lleve el deleite a comer, y si alguno recibiere tu carne en el manjar no lo admitas tú allá en lo interior, y si te es posible deja los más regalados platos por amor de Dios sin tocar en ellos, y por lo menos deja de cada plato algo y no lo peor, como quien lo deja para Dios”. Si te consultan o piden consejo en cosas espirituales, humíllate pensando que “no puedes hablar de manera que salga de ti cosa de provecho, y así vuelto a Dios suplícale que te dé que digas lo que más agrade a su divina voluntad, para gloria de su nombre y salud de los prójimos, y si después hablares bien, vuelve a dar gracias a Dios, y si mal, atribúyelo a ti. Huye en todo tiempo de la aspereza en las palabras sin propósito. Cuando hablares di siempre la verdad y no seas engañador, ni adulador, ni digas mal de nadie…No hables ni desees ni pongas por obra cosa ninguna con demasiado deseo y turbación de tu alma, sino dondequiera guarda igualdad y libertad de ánimo…En las cosas dudosas…consulta sobre ello a tu Dios o algún varón espiritual, deseando conocer la agradable voluntad del Señor…Trae siempre delante de tus ojos a Jesucristo como un vivo espejo, para que así imites su vida. Ten gran amor y afición a la soberana Virgen madre de misericordia, segurísimo amparo de todos los afligidos, y ningún día se te pase, en que no te encomiendes muy particularmente a ella. Ama los trabajos y tribulaciones y deléitate en ellos, porque si en esto haces costumbre vendrás a gozar perpetuamente de una grande alegría interior. No te quejes de ninguna cosa…En todo lo que a ti perteneciere ama la aspereza, la vileza y la escasez, pero en las cosas que tocaren a otros no ha de ser así…No andes vagueando con el alma ni con el cuerpo procurando saber vanas nuevas. Guarda con grandísima diligencia los sentidos y no quieras sentir sino sólo lo que fuere en provecho de tu alma. Ante todas las cosas aprieta estrechamente tu lengua, de manera que no hables cosa ninguna si no eres primero preguntado o provocado con necesidad o utilidad evidente y entonces hablarás breve y mansamente, con modestia, temor y dulzura, huyendo mucho la demasía y abundancia de palabras. Viva en ti siempre el amor de la soledad y de las sagradas vigilias, poniendo cuidado en escoger el tiempo más oportuno para la oración mental. Pasa y reza con suma devoción el oficio divino, y olvidado de todas las cosas de la tierra, como quien está entre los coros y escuadrones de los ángeles, procura cantar conjuntamente con ellos las alabanzas divinas. Guarda con gran recato y cuidado tu alma y tu corazón, de manera que no conozcan otro dueño sino sólo Dios y el ejercicio espiritual, y desechando imágenes y deseos de cosas exteriores, se ocupen solamente en agradar y servir al Creador de ellas, y de tal manera has de entregar y consagrar tu memoria, entendimiento y voluntad a Dios, que todas sus acciones sean (una) continua oración. Procura con cuidado obedecer a todos, aunque sean menores que tú…En ninguna cosa seas pesado y molesto, sino apacible y agradable con todos, empero has de huir de particulares amistades y conversaciones. Guárdate sumamente de que en ningún tiempo seas causa ni ocasión de enemistad pública ni secreta, de algún odio, clamor, injuria, turbación, murmuración o escándalo y has de ser finalmente afable y no chocarrero. Las gracias y favores interiores del espíritu o la lucha o batalla que allá pasares no las reveles ni descubras a alguno, si no fuere acaso (un) muy íntimo y experimentado amigo, de cuya doctrina te puedas aprovechar en esas mismas cosas”. Aconseja sobre todo guardar siempre y en todo lugar la presencia de Dios y revolver en la mente la vida y pasión de Cristo, los beneficios del Señor, su gran misericordia, etc. Y acaba el capítulo con una larga y devota oración de san Bernardo “tomando persona de un pecador alumbrado de Dios” (Capítulo XXVII). En los siguientes capítulos habla “del grado de gracia que es menester en el alma para la mística”, indicando que un alma puede estar en gracia de Dios de tres maneras, a saber: que le quede aún la costumbre de los antiguos pecados cometidos, y para conocer el aborrecimiento del pecado es necesario el examen riguroso; que esté muy dado a las criaturas; y que esté libre del amor de las criaturas y renunciando al gusto que puede venirle de ellas y aun el que puede venirle de servir y agradar a Dios “pretende y busca el beneplácito divino sólo y la conformidad de su voluntad con la de Dios”. Y como en este tercer grado de gracia y caridad el alma está recogida con sus potencias en su mente, que es el fondo del alma, cuando no hay ningún amor ni interés por las criaturas ni bienes temporales, ni amor de carne ni sangre, ni amigos, porque en el amor de Dios tiene unidos a todos los prójimos sin distinción, que es el simple amor o simple afecto y simple mirar sencillo. Y que se ha de completar la contemplación con la acción, porque la fe debe ir acompañada de las obras, y por tanto el alma, unas veces ha de ser contemplativa como María y otras activa como Marta (Capítulo XXVIII). Luego habla “del amor grande con que trata Dios al alma, que es suya y de cómo se debe haber con él, para no estorbarlo”, asegurando que Dios ama al alma mucho antes de que ésta le pudiese amar a él. Y que “si el alma busca a Dios, que mucho más le busca Dios a ella”. Y con las inspiraciones y toques divinos va disponiendo todas sus potencias para la unión y transformación substancial con él. Y como Dios la guía hacia las cosas sobrenaturales, ella se ha de limitar a no ponerle ningún obstáculo. Y los tres principales obstáculos que puede encontrar son: Primero, tener un maestro espiritual inexperto, que no la envíe a otro mejor preparado; segundo, el demonio, que trata de impedir que pase del sentido al espíritu, es decir, que se quede en “el trato distinto del sentido con que fácilmente la distrae y saca de aquella soledad y recogimiento en que ella estaba puesta, adonde el Espíritu Santo, sin entenderlo el alma, obra en ella mil grandezas”. El tercer obstáculo puede ser ella misma, pues cuando la suspensión es totalmente obra de Dios, no puede usar de sus potencias particulares y entonces como a ella “le parece que en la suspensión de sus potencias no hace nada, procura hacer algo, discurriendo y meditando, y así se distrae y se llena de sequedad y de disgusto, saliéndose de la ociosidad y paz espiritual, que allí había comenzado a gozar”. “Así que advierta en esta quietud, que aunque ella no se sienta caminar, camina mucho más que si fuera por su pie, porque la lleva Dios en sus brazos y al fin camina al paso de Dios”. “Déjese entonces el alma con resignación en manos de Dios, fíese de él (y) crea que no hay peligro, sino cuando ella quiere poner las potencias en alguna cosa sensible”. De manera que tanto en la contemplación activa como en la pasiva “no tiene que hacer sino estarse mirando en fe la divina verdad que tiene delante, creyendo que por cualquier artículo de fe comunica Dios sus bienes” al alma que sabe estarse “sin arrimarse a cosa de discurso o de sabor, ora sensitivo, ora espiritual, ni a otras cualquiera aprehensiones. Porque en este acto de la contemplación (y lo mismo es de la unión y mística) se requiere el espíritu libre y aniquilado acerca de todo, que cualquiera cosa de pensamiento, discurso o gusto a que el alma se quiera arrimar la impedirá e inquietará, haciéndola ruido en el profundo silencio…También es razón que entonces el alma se esté con advertencia amorosa, simple y callada como quien abre los ojos, con advertencia de amor, a Dios…pues si el alma no deja entonces su modo activo natural no recibirá aquel bien, que es sobrenatural, porque lo sobrenatural no cabe en lo natural…Ha de mirar sin advertir que mira…Porque cuando miro y advierto que miro, no estoy en mi, sino en lo que advierto y miro” (Capítulo XXIX). En el siguiente capítulo trata de cómo hay que entender que el alma “desea y pena por lo que ya tiene”, que es Dios, pues “cuanto más le desea, más le posee y claro está que la posesión de Dios da deleite y hartura”. Distingue dos maneras de tener el alma a Dios, a saber: por gracia y por unión perfecta. Lo primero, que es el querer (la amistad) de Dios, es bueno, pero lo segundo, que es comunicarse el mismo Dios, es mucho mejor. Como hay también diferencia entre el desposorio y el matrimonio espiritual, pues en el primero “sólo hay una igualdad de un sí y una mutua y sola voluntad de ambas partes”, que son disposiciones para el matrimonio, adonde “además de lo dicho, hay comunicación de las personas por especial unión…Y no hay que pensar que es menester otro tiempo tasado, pues en habiendo disposición en ti, luego tira Dios desde la unidad y fondo suyo a que subas a la unidad y fondo de tu alma para hacer en ella esta altísima unión” . Las potencias “es menester que de todo punto se vacíen y purifiquen…(y) cuando están vacías y limpias, es intolerable la sed, la hambre y ansia espiritual que tienen...por el manjar que echan de menos, que es el mismo Dios, que otro manjar no les satisface. Y este gran sentimiento comúnmente acaece hacia los fines de la purgación y limpieza, principio que es iluminación y luz, que se da en la contemplación antes de llegar a la perfecta unión, donde se satisface el deseo”. La sed “es de la sabiduría de Dios, que pertenece al entendimiento como objeto suyo”. El hambre y vacío de la voluntad “hambre es de perfección de amor que el alma pretende y no ve ya la hora de alcanzarla” Y “el hambre y vacío de la memoria, es la privación y limpieza de imágenes, con ansias de sola la imagen de la Santísima Trinidad…(El) desfallecimiento del alma, puesta en estos fondos, también es infinito; infinita es su pena y finalmente todo es una muerte de amor infinito” (Capítulo XXX). En los capítulos XXXI y XXXII trata de las purificaciones internas del alma que ha llegado al matrimonio espiritual, diciendo en el primero: “Según la vía ordinaria, ningún alma puede llegar a la perfecta contemplación, unión y mística, que no pase primero por muchas tribulaciones y trabajos. Es menester aborrecer con santo odio este nuestro cuerpo, como enemigo que es nuestro capital y no hay que descuidarse en esto, porque trae dos consejeros al lado, que le persuaden con sus leyes a seguir su parecer y su apetito, que son el mundo y el demonio. Éste le persuade con falso y aparente interés, y aquel con aparente y fingida honra. Y aunque el cuerpo es instrumento con que podemos servir a Dios y cumplir su voluntad…es menester que sea instrumento muerto, quiero decir sin voluntad propia…sino regulada por la fe e informada y vivificada por la caridad”. Y recomienda, que “la comida sea menos, que la que el (cuerpo) quisiere, porque sus tres enemigos, gula, lujuria y pereza, no hagan de las suyas”. Y que además de los ayunos prescritos por la Iglesia, que los casados ayunen miércoles y viernes, y los solteros tres veces por semana y dormir en cama dura, pero los casados en cama blanda, puesto “que de lo contrario se suelen seguir muchos males”, pero sí que tomen disciplina un día a la semana, y dos en adviento y cuaresma. Y a los solteros tres veces por semana, y en adviento y cuaresma algunas más, y cilicios los días que no son de disciplina. Y acaba diciendo: “Sepa que otros muchos trabajos, temores y desconsuelos ha de tener por otros caminos, y sin que ella de propósito los pretenda, ni quiera, ya de parte del siglo y de las personas con quien vive, ya por parte de su misma persona, como son tentaciones, sequedades y otras aflicciones de parte del sentido, nieblas, aprietos y desamparos, con otras terribles tentaciones de parte del espíritu” (Capítulo XXXI). Y que Dios permite todas estas cosas “para limpiar y purificar las almas de sus amigos, en especial a las que quiere unir consigo en la contemplación, porque para ello las quiere tan limpias, como las que se purgan en el Purgatorio. Y por eso, a las que tienen ese deseo, que se resignan en su voluntad y tratan de estarle siempre obedientes, después que han pasado por estas y otras pruebas, las mete, no sé si diga en el Infierno, porque tal es el que algunas veces padece su corazón” “No hay sino pasar con valor y sin miedo por ello, pues se interesa tanto bien. Enseña al alma este Señor cómo se ha de haber en todas ocasiones, cómo ha de huir y defenderse de este adversario y de sus invenciones, y asimismo cómo se ha de purgar y limpiar de todo aquello que puede estorbar la obra del Espíritu Divino y de la perfecta unión con él, para que la venga a alcanzar según que la es posible” (Capítulo XXXII). Finalmente en los capítulos XXXIII-XXXVI incluye una fórmula para rezar con fruto el Oficio Divino mayor (Capítulo XXXIII), donde propone al estilo de Fr. García de Cisneros, pero con otro orden más reducido, pues reduce a un día lo que aquel distribuye en una semana, en el que desde maitines a completas, en cada salmo va pensando en un misterio de la vida de Cristo desde su Encarnación hasta Pentecostés. Y en el oficio menor o parvo de la Virgen, los misterios que se refieren a ella, tomándolos del evangelio (Capítulo XXXIV). Y en el Rosario, dividido en tres partes: los misterios gozosos para lunes y miércoles, los dolorosos para martes y viernes, y gloriosos para jueves y sábados (Capítulo XXXV), reservando los domingos para el rezo de la Corona de Nuestra Señora, que consta de 72 avemarías, según los años que se creía había vivido la Virgen, en la que se consideran en cada decena una de las fiestas de la Virgen, a saber: Concepción, Nacimiento, Presentación, Anunciación, Visitación, Purificación, Asunción y en su Coronación las dos avemarías restantes (Capítulo XXXVI). Y por último siguen en latín la Tabla de los lugares de la Sagrada Escritura que se ponen en este Sumario de oración, y que pueden servir para discursos predicables, por orden de los libros sagrados desde el Génesis hasta el Apocalipsis, y la Tabla de las cosas notables contenidas en este libro. 4. FUENTES Es evidente que fray Pelayo de San Benito después de mucho leer sobre el tema de la oración contemplativa, en su Sumario de oración hizo su propia síntesis, por cierto muy concisa, tanto de la obra del franciscano fray Francisco de Osuna, Tercera parte del libro llamado abecedario espiritual (Toledo 1527), cuyas fórmulas reproduce a veces casi a la letra, de la de fray Bartolomé de los Mártires, Compendio espiritual de la mística teología (Valladolid 1601), a quien califica de “para mí, santo” y “me aprovecho de su doctrina porque la venero y estimo como a su dueño”, igual que las de san Juan de la Cruz12 y sobre todo de la Mística teología y perfección evangélica (Madrid 1614) del mínimo fray Juan Bretón13, a quien conoció y trató en Madrid, pues él mismo asegura: “Dice aquel gran maestro de este ejercicio, el P. Juan Bretón, victoriano (mínimo), cuyo es mucho de lo que en este tratado digo y sigo de buenísima gana por el gran bien que mi alma halló con su comunicación y enseñanza, en casi tres años que viví en Madrid (1614-17), de donde a la sazón tuve yo esa dicha, que residiese él también” 14. “Por lo bien que me ha ido en su enseñanza y doctrina” 15. En efecto, en varios capítulos le copia –citas incluidas- o resume, pero mejorando notablemente el estilo del P. Bretón. Conoce y sigue a San Juan de la Cruz, del cual dice que en materia de purificación del entendimiento “hace conocidas ventajas a todos los maestros de su tiempo” 16. Cita profusamente la Sagrada Escritura, a muchos Santos Padres y a diversos escritores contemporáneos. Explícitamente, por orden de frecuencia, cita a santo Tomás de Aquino, san Agustín de Hipona, san Gregorio Magno, san Bernardo de Claraval, santa Teresa de Jesús, san Buenaventura, Ruysbroeck, san Jerónimo, san Ambrosio, Ludovico Blosio, Pseudo-Dionisio Areopagita, san Juan Crisóstomo, san Juan Damasceno, san Alberto y san Cirilo de Jerusalén, san León Magno, san Basilio Magno, san Juan Casiano, Orígenes, san Isidoro de Sevilla, san Alberto Magno, san Anselmo, san Pedro Damiano, Juan Gersón, los dominicos fray Juan Taulero, Juan de la Cruz, fray Luis de Granada, el cardenal Cayetano y Juan de Torquemada OP, los agustinos fray Ricardo de San Víctor, fray Dionisio Vázquez y fray Rodrigo de Solís, Francisco Suárez, Gilberto, san Benito de Nursia, los jesuitas Pedro de Ribadeneyra, Francisco de Toledo, Juan Bta. Escardó y Pedro de la Puente, Guillermo de París, los franciscanos fray Bernardino de Bustos, fray Ubertino de Casale, además de los ya citados fray Francisco de Osuna, fray Bartolomé de los Mártires, y el mínimo fray Juan Bretón, de los cuales muestra particular conocimiento y aprecio, y a quienes sigue, copia y estracta en muchas de sus páginas, y también se sirve de algunos textos litúrgicos. 5. DOCTRINA La obra de fray Pelayo de San Benito es una síntesis concisa de ideas y textos de los recogidos y los principales maestros espirituales españoles del siglo XVI, juntamente con la propia experiencia personal de oración, por cierto nada despreciable, pues disimuladamente dice: “Como sé yo a quien le ha sucedido y se ha aprovechado del consejo de semejantes almas (de oración extraordinaria) que llegaron a sus pies”17, mostrándose siempre un verdadero maestro en la vida espiritual. Según fray Pelayo de San Benito, que tiene una dialéctica ascendente en el conocimiento de Dios, podemos conocer a Dios por tres caminos o vías, que de la más imperfecta a la más perfecta son: La vía discursiva, que contempla las perfecciones de Dios, ora una, ora otra. La vía positiva, en la cual el entendimiento se fija en la esencia divina. Y la via ignorantiae, que consiste en la suspensión de toda actividad por parte del entendimiento, que lanzando todos los conceptos positivos se establece en una consideración de Dios negativa y perfecta. Siguiendo la vía afectiva de san Agustín y san Buenaventura y otros, da la primacía a la voluntad, que según él “está por encima del entendimiento, dado que se eleva para unirse a Dios tal como es en sí mismo…mientras que el entendimiento no se une a él, sino por medio de la fe” 18. Y dice también que “apartados los conceptos (del entendimiento) queda la voluntad libre y desembarazada para adentrarse en aquel piélago de la divinidad con eficacísimos actos de amor”19. Dice que en el orden natural, el entendimiento tiene la primacía respecto de la voluntad, porque sus bienes son inferiores al alma, pero en el orden sobrenatural tiene la primacía la voluntad, porque Dios es superior al alma, y por ello es mejor amarlo que conocerlo, de manera que el entendimiento propone a la voluntad y ésta ama lo propuesto, pero no como el entendimiento se lo ha propuesto, sino como la cosa es en sí. Para él, todo el mundo debe hacer oración mental, aunque no tenga virtudes, contando la meditación y la contemplación como dos modos de oración mental. La meditación ayuda tanto al entendimiento como a la voluntad, lleva al conocimiento de sí mismo, de los beneficios de Dios y de Dios mismo. El principiante hará una meditación imaginativa, aprovechándose aquí el entendimiento de la imaginación, el aprovechado o proficiente, una meditación intelectual de las perfecciones de Dios y el perfecto, una meditación de aspiraciones y afectos de la voluntad por vía de un simple razonamiento (I P. Capítulo VI). En este último grado, Dios y el alma gozan de su mutua presencia y unión y se produce un modo de orar muy suave y fácil, que tiene mucho de contemplación activa. Para ello hay que tomar la humanidad de Cristo, que por estar unidos en ella lo humano y lo divino, facilitan la transición de la meditación, que siempre es discursiva, a la contemplación, que es aprehensiva del objeto contemplado. Pues “la meditación es como el camino y la contemplación como el término de ese camino”. Sin embargo, el contemplativo se irá desprendiendo poco a poco de la humanidad de Cristo, porque el elemento sensible que comporta podría ser un obstáculo para la contemplación más alta. Además de que en la contemplación es Dios quien ocupa las potencias humanas como quiere, siendo el hombre solamente pasivo. Y señala dos modos de contemplación, a saber: la adquirida, que ilumina el entendimiento a partir de la luz de la fe, y la infusa, que es pasiva porque la produce únicamente Dios. Los principales pasos para llegar a la contemplación son tres silencios: el primero es el recogimiento exterior, que es cuando el entendimiento y la voluntad entran en su interior; el segundo es el silencio interior, que hace quedar a las potencias del alma (memoria, entendimiento y voluntad) en un silencio total, pasando de uno a otro silencio como por grado. En el primero cesan la fantasía, las imaginaciones y las especies de este mundo; en el segundo el alma queda en un ocio espiritual, como María (hermana de Marta y Lázaro) sentada a los pies del Señor escuchándole; y en el tercero paso el alma se transforma en Dios, y gustando de su suavidad se adormece en él y se olvida de su flaqueza y condición. Y es entonces, cuando estando en el tercer silencio y acalladas las potencias, el alma “atiende y pone los oídos y los ojos a lo que Dios le habla, hace señas o le da a entender”. Las potencias se han de vaciar para que el alma adquiera más capacidad receptiva, comenzando por vaciar los sentidos exteriores y después los interiores, vaciándolos del gusto, no del uso, desde lo externo a lo interno, desde lo sensitivo a lo intelectivo. De manera que cuando el cuerpo se recoge, los sentidos obedecen y callan (se vacían); cuando se recogen los sentidos del alma, callan (se vacían) la imaginación y las afecciones de los sentidos, y finalmente el espíritu recoge la memoria, el entendimiento y la voluntad, lográndose el supremo recogimiento o vaciamiento, es decir el triunfo del afecto sobre el entendimiento. Y así el alma llegará a la perfecta contemplación, que consiste en sentir y juzgar como Dios siente y juzga. Asigna tres propiedades principales al amor unitivo: el rapto y arrobamiento, en que cesan las operaciones de las potencias inferiores; la unión del amante con la cosa amada, en la que vive y se transforma el amante; y la unión de satisfacción, que trae consigo aquella quietud llena y entera del amante, que ocupa todo su ser. Este amor místico se llama noticia experimental de Dios, es perfecto y constituye la esencia misma de la teología mística20. Y asegura que esta ciencia es asequible a todos, porque se logra por vía de afecto y no de estudio. En esta obra, que en principio va dirigida a los principiantes en la vida de oración, fray Pelayo les asegura a éstos, que por sí mismos pueden llegar a la contemplación sobrenatural activa, apartándose en esto de santa Teresa de Jesús, lo cual le proporcionó ataques de diversos autores, entre ellos del capuchino fray Félix de Alamín, lo que hizo mermar rápidamente el número de sus seguidores21 y que su obra no tuviera más ediciones. 6. ESTA EDICIÓN Nosotros nos hemos tomado el trabajo de editar de nuevo esta obra en su totalidad, excepto los últimos cuatro capítulos de la segunda parte, en los que presenta un método fácil para sacar provecho del rezo del oficio divino mayor y menor y del rosario y la corona de Ntra. Señora, porque ya el oficio divino mayor no se reza en latín, sino en lengua vernácula, con lo cual el método propugnado para su rezo por el autor ha quedado obsoleto y el uso del oficio menor ha desaparecido, pues todos los religiosos y religiosas y hasta los seglares siguen en todo o en parte el Oficio Divino Mayor, ahora llamado la Liturgia de las Horas. Y el rosario, no solamente no se reza en latín, sino que ya no tiene en total 150 avemarías –como hay 150 salmos-, repartidas en los misterios de gozo, dolor y gloria, y que era el salterio del pueblo o de los iletrados, pues el santo papa Juan Pablo II, le añadió cinco misterios más, llamados luminosos, con lo que el número de avemarías pasó a 200, y la corona es una práctica mariana piadosa apenas conocida y practicada hoy día, como lo es en cambio el rosario. Hemos dejado el índice bíblico, porque hemos puesto las citas escriturarias en las notas y conservado el índice temático por su utilidad. En cuanto a la transcripción hemos conservado tal cual el número y título de los capítulos, respetando siempre el texto en todas y cada una de sus partes, pero deshaciendo las numerosas abreviaturas, eliminando la a proclítica de las palabras adonde, amatar, etc. para dejar el texto según las normas de la ortografía actual para hacer más fácil su lectura, ya que el texto no tiene valor filológico significativo. También hemos identificado las citas bíblicas que aduce de la Vulgata Latina y las hemos puesto según el orden y siglas actuales. Asimismo hemos identificado otras fuentes no citadas por el autor, y puesto en las notas el texto latino de las citas cuando él mismo las traduce en el texto y sus notas marginales importantes, y en el texto, entre paréntesis hemos puesto muchas citas bíblicas y entre corchetes la traducción de las citas latinas que él no traduce, así como también alguna palabra explicativa y cambiado el nombre de Magdalena por el de María, cuando así lo requería el texto, pues en su tiempo se identificaba erroneamente a Magdalena con María, la hermana de Marta y de Lázaro. Asimismo hemos desecho en alguna ocasión los pronombres enclíticos, como hincóse, anticipándolos al verbo: se hincó, pero hemos respetado el fuerte laísmo del autor, para no perder el sabor de su prosa ni su estilo. Todo ello, siempre con el intento de hacer más fácil su lectura. La obra se reimprime casi cuatrocientos años después de la primera edición, para ponerla a disposición de los amantes de la espiritualidad clásica, y en especial de la oración contemplativa, y todo merced al interés del profesor D. Javier Alvarado Planas, al cual damos públicamente las más rendidas gracias, pues sin su colaboración esta obra del benedictino recoleto manchego y profeso de Arlanza, fray Pelayo de San Benito, habría quedado olvidada, quizás para siempre, lo que felizmente no sucede ahora. Ernesto Zaragoza Pascual